Cuando se anunció la pandemia por coronavirus, no imaginamos, en el siglo más desarrollado de la historia, que sería de largo alcance, duración indefinida y con cuarentena incluida.
Es noviembre. Han pasado nueve meses desde su inicio, y ya soportamos la segunda ola; apenas nos ha dado tiempo de respirar, y sorprendiéndonos por la capacidad de la COVID para adaptarse a la cotidianidad.
Pero incómoda más la certeza de que ninguna vacuna entrega la esperanza de regresar a la antigua normalidad, porque se limitan al 90% de efectividad y con dudas. No es suficiente.
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La incertidumbre crece en terreno fértil con el anuncio de nuevos confinamientos y restricciones. Pronto cosechará protestas que se sumarán a las represadas por las medidas de contención, para explotar en la primera ocasión posible. Entretanto, la libertad y la individualidad, pérdidas, desatan la ira y el inconformismo en las redes sociales, porque se descubre, que el caramelo de la calidad de vida deja un amargo sabor al final.
La economía doméstica, que sustenta el modelo económico, está colapsando en el mundo entero. Las personas se están quedando sin medios, ya no hay forma de llegar a fin de mes, y no se plantean soluciones a corto, ni mediano plazo.
El meollo del asunto es que es la auténtica economía. Late las 24 horas del día, hace presencia constante en el comercio, los servicios, la manufactura, la agricultura. Es el complejo y productivo tejido empresarial conformado por pymes, emprendimientos, autónomos, campesinos, entre otros.
La ONU señaló en 2017: “las pymes son la espina dorsal de la mayoría de economías del mundo… Las posibilidades que generan, económicas y de otros tipos, pueden ser la respuesta a las necesidades sociales de muchas personas y servir de base para la inclusión”.
En ese entonces, el complejo tejido empresarial, que urde a la mayoría de la población, "representaban el 90% del total de empresas, generando entre el 60% y el 70% de empleos, responsables del 50% del PIB (producto interno bruto) a nivel mundial".
Desde esa perspectiva, era predecible que con medidas de contención que no contemplaron los riesgos, la crisis social empujaría la economía a una recesión, equiparable a la sucedida en 1929. A menos de un año del inicio de la pandemia, la mayor parte de la sociedad, no tiene acceso a las ayudas gubernamentales, escasas y restrictivas.
En cambio, conglomerados y multinacionales, considerados el motor de la economía mundial, enfrentan la crisis con despidos masivos que aportan considerablemente a la crisis socioeconómica, mientras exigen ayudas y exenciones del estado, afirmando que son la mayor fuente de empleo. Toda una contradicción.
Entretanto, la deuda pública crece sin techo, y las consecuencias se dejan ver en la clase media que padece el aumento y creación de impuestos, con los que se pretende cubrir los altos costos del manejo de la pandemia, resultando en un enigma, que el sector financiero esté reportando billonarias ganancias, en estas circunstancias.
En ese escenario, es inútil esperar que la política entregue soluciones, pues sus acciones improvisadas han ocasionado que la crisis se intensifique y se extienda en el tiempo.
No obstante, la crisis como una oportunidad para remontar, corregir lo que haga falta, y mandar a paseo las teorías conspirativas, discursos populistas y toda forma de ideología egocéntrica, que lo único que consigue es poner palos a la rueda de la recuperación.
El momento bisagra
La segunda ola puede ser el punto de inflexión y reflexión, como señala Toby Ord, autor del libro The Precipice: “hemos creado amenazas que nuestros ancestros nunca tuvieron que enfrentar, como una guerra nuclear o ingeniados patógenos asesinos. Y encima, no hacemos suficiente para evitar que estos eventos ocurran. Un paso en falso puede provocar el desastre”
Aclarar el panorama requiere reconocer el problema: hay un virus que, sin ser del todo mortal, ha sumergido al pleno de la humanidad en una nueva normalidad incómoda, nada confortable, con una epidemia que puja por hacerse endémica, y que se usa para vulnerar los derechos civiles y sociales.
Las opciones pasan por asumir la responsabilidad individual. Dejar de huir por callejones sin salida, como los sempiternos reclamos a las corporaciones que usan la información personal, cuando cada persona la entrega sin condiciones en de las redes sociales, mientras espera que la legislación solucione el tema de la privacidad.
Protestar por el cambio climático, que está acabando con el único hogar del que dispone el ser humano, porque además, la desigualdad y la injusticia se ha tomado el mundo, mientras el consumo irresponsable se justifica por cualquier medio. Aun así, se acusa a la política de corrupta, porque favorece a los conglomerados que expolian el planeta.
La opción de protestar en las calles sigue abierta porque la lista de porqués, es casi infinita. Es un bucle que absorbe la existencia, esperando soluciones mágicas de líderes políticos inconscientes. Pero nada cambia el hecho de que los errores nacen de una elección deficiente y por motivaciones personales, que nunca consideran el bien común.
Desobediencia civil creativa y constructiva
La desobediencia civil, desde la perspectiva correcta y práctica, no es sinónimo de violencia. Un fuego no apaga a otro, lo aviva y violenta la democracia. Se trata de construir opciones con acciones coherentes, desde el respeto, la tolerancia y el sentido común.
Flavia Broffoni, una reconocida activista argentina, que pasó de la fe ciega en el sistema a la decepción total, sugiere usar el activismo con responsabilidad y sentido común. No tiene sentido dar continuidad, apoyar, estimular, trabajar y vivir por, y para un sistema que mantiene la incertidumbre del futuro.
El objetivo es replantear las opciones individuales, para que tengan el potencial de transformarse en decisiones colectivas. Pero esto requiere una actitud más crítica frente a la dependencia incondicional al statu quo, desde el consumismo social.
Pensemos en el Black Friday, una ocasión única que se repite cada mes, con ofertas imperdibles. Es absolutamente tentador adquirir marcas reconocidas, a precios de marca blanca. Sin embargo, hay implicaciones, un trasfondo en la seductora compra online, que perjudica a toda la sociedad, sin distinción.
Al menos el 90% de los productos que se venden en un Black Friday provienen de la producción china, que no se caracteriza por la responsabilidad social ni ambiental. Y Apple y otras marcas occidentales, externalizan su producción en el continente asiático.
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Para estas empresas, subcontratar la producción en países con mano de obra barata, resulta irresistible: se reducen o eliminan los costos internos de producción, permitiendo mayor rentabilidad, mientras les libera de la obligación de acatar la normatividad laboral, ambiental, social y tributaria del país de origen.
Pero toda acción tiene su efecto, y el planeta y la calidad de vida de la humanidad están sufriendo las consecuencias.
La externalización está destruyendo el tejido social de los países occidentales, su industria local. Esto repercute en el incremento del desempleo y en una oferta laboral deficiente, porque la estructura de las empresas se está reduciendo al mínimo. Resulta más rentable prescindir de cualquier proceso susceptible de ser externalizado, para enfocarse en explotar la marca, que a su vez, incrementa la sobreoferta del empleo digital, que en contadas ocasiones ofrece estabilidad a largo plazo.
Por tanto, el cóctel de desempleo y baja remuneración, deja una fuerte resaca para la economía local: el poder adquisitivo se reduce mientras aumentan los índices de criminalidad, en particular, la ciberdelincuencia. Consecuentemente, aumentan los trastornos mentales por cuenta de la incertidumbre de futuro y la percepción de inseguridad. Cada vez hay menos lugares donde sentirse a salvo.
La opción pasa por apoyar la producción local, y de países con producción sostenible, que prioricen y valoren el hecho a mano. De este modo se impulsa el crecimiento de la pyme, “la espina dorsal de la mayoría de economías del mundo”.
Y aunque es difícil resistirse al precio favorable de la industria comunista, con mente capitalista, merecerá la pena, si se piensa, en que se gana a cambio: una economía dinámica que se traduce en industria local en crecimiento, mayor poder adquisitivo e índices de criminalidad en descenso.
También se gana un plus: una sociedad que se fortalece como un colectivo capaz de elegir con responsabilidad y ejercer control de las instituciones gubernamentales, velando por el cumplimiento de las normas ambientales y sociales.
La desobediencia civil es un tema de opciones y decisiones. De animarse a cruzar la frontera de los límites mentales y emigrar a nuevas posibilidades, pasando a la acción, apoyando e impulsando iniciativas sustentables, que propendan por la construcción de una sociedad con conciencia ambiental, cultural y social.
Se puede decidir sin violencia, sin radicalismos ni prejuicios, con sentido común. Del sano debate surgen las soluciones para cruzar la frontera de la incertidumbre del futuro, como sociedad.
¡Una feliz vida para todos!
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