El itinerario

El equilibrio asegura la distancia entre los extremos


Los tiempos que corren resultan anormalmente convulsos, si se piensa en el grado de desarrollo de la humanidad. Una anormalidad que por un extraño motivo insistimos en normalizar, marcando negativamente un siglo ya inmerso en un bucle de pérdida de valores que está desgastando el concepto de sociedad.

Quizás sea la cultura de la inmediatez, que ha conseguido restringir hasta las libertades que por derecho natural tenemos, bajo la tutela de herramientas tecnológicas que en un principio se diseñaron para facilitarnos la vida, pero que se han convertido en el yugo que se impone sin dificultad sobre el criterio propio.

De hecho, la dependencia tecnológica está erosionando a una velocidad alucinante, las habilidades humanas, con la sobreestimulación de los sentidos, —la vida ya no se concibe sin una pantalla en la mano— haciendo que cada vez se usen menos las destrezas manuales y mentales, innatas y suficientes para la vida. Incluso se aboga por normalizar la Inteligencia Artificial, porque «puede y debe reemplazar la creatividad humana», aunque haya sido la mente humana quien la concibió. Un tema con mucha tela que cortar.

No obstante, todavía hay tiempo para revertir el daño socioeconómico, ocasionado por el uso erróneo de la tecnología. Y eso pasa por redefinir el concepto: es sólo una herramienta, un medio de utilidad específica para desarrollar actividades o proyectos. Se encuentra al nivel de otras herramientas como lo son: un escritorio, un auto, una bicicleta, un lapicero. Y cada uno tiene un rol diferente dentro de las actividades que realizamos, pero no ocupan nuestro lugar en la vida.

Se trata de poner cada cosa en su sitio, incluso nuestra existencia, para recuperar la conciencia del ser, —tan discutida por los griegos, pero poco aplicada— y replantear el camino hacia una sociedad equilibrada que disfrute de una verdadera calidad de vida. Es relevante ahora, que las redes sociales promocionan ‘influencers’ con escasa idoneidad y dudosa utilidad social, pero que reciben desmesuradas ganancias —otra consecuencia de la cultura de la inmediatez, que irrumpe de forma poco constructiva en la sociedad.

Es innegable que cada día se percibe un mayor grado de mediocridad en todos los aspectos de la vida, porque se está entregando el control total de la existencia a una herramienta que, por su uso inadecuado, ignora de plano el factor humano en pos de intereses netamente económicos. Los servicios se atan irremediablemente a las redes sociales, —una necesidad supuesta— aunque se encuentren saturadas de la misma información y sin un beneficio claro.

No es coincidencia, que se hayan incrementado los trastornos mentales desde la explosión no controlada de las redes sociales. La sobreexposición deriva en mayor presión social y económica. Ya es común y normal, sufrir de ansiedad, ataques de pánico, fobias, depresión, anorexia y bulimia. También los comportamientos antisociales, el suicidio, el consumo de sustancias psicoactivas, la violencia intrafamiliar y el ‘ciberbullying’.

Y ya se acepta, con total normalidad, que el temido síndrome Burnout, que pone en riesgo el futuro profesional, por tanto, los medios para la subsistencia, es una enfermedad como cualquier otra.

Y sucede porque el equilibrio que se debería reflejar en un ‘win to win’, se ha perdido. La balanza se inclina en una sola dirección, marcando el agudo desbalance socioeconómico actual.

El resultado es una sociedad cada vez menos productiva, en términos de igualdad y oportunidades. Se han dejado de lado las actividades productivas y vitales para la subsistencia humana —las zonas rurales se vacían cada día— mientras los nativos digitales se multiplican sin control, seducidos por los cantos de sirena que hablan de mayores ingresos, menor inversión en tiempo, autosuficiencia y una vida de libertad.

Sin embargo, es una burbuja que no tarda en explotar porque son pocos quienes obtienen beneficios. Esto es evidente en la ira reprimida, que explota sin control en las redes sociales por causa de la impotencia. Y como una paradoja, termina en absurdos casos de intolerancia en una sociedad civilizada. Pero puede más la incertidumbre del futuro por la incoherencia del modelo económico que empeora la situación.

Es anormal sobrevivir en algún extremo. Los recursos se agotan, las expectativas de vida decrecen, y se inicia un espiral depresivo que se traduce en indiferencia, apatía e intolerancia. El equilibrio se ha perdido.

Es prioritario tomarnos el tiempo para reflexionar y soltar todo aquello que es inútil y fútil, y que hace pesado e inmanejable el equipaje en el viaje de la vida.

En medio de un escenario dantesco en el que cuesta mucho observar, digerir y reconocer que el cambio inicia en cada uno, el proyecto del Itinerario de la libélula Azur busca despertar la conciencia adormilada por el miedo, para recorrer el camino que conduce al equilibrio sociedad-economía, porque van de la mano, pero desde una perspectiva realista y con auténticas posibilidades.

Está en nuestro ADN, crear, construir, renovar, producir, con los talentos particulares de cada uno y que se complementan; y redescubrir la pasión por la vida que es ante todo física y no virtual.

El objetivo es disfrutar del paisaje increíble de este planeta, que por causa de la cultura de la inmediatez, no conseguimos ver de frente y saborear cada minuto, para no añorar nada en el último suspiro de vida, cuando ya no hay vuelta atrás.

Este es un espacio para reaprender. Para tomar decisiones que afectarán el futuro individual y colectivo, porque es conveniente que todo marche para todos. Del buen andar, depende la seguridad económica, física y social y la calidad de vida.

Te doy una calidad y poderosa bienvenida a este nuevo proyecto, que nace del deseo de contribuir para esa nueva y equilibrada sociedad que todos buscamos.

Una feliz vida para todos.

Alexandra Pérez Nova

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