La felicidad en la antigua normalidad

Con frecuencia, la búsqueda de la felicidad se focaliza en el mapa de la materialidad,  pues cada vez es más difícil entender su significado desde la realización individual, desde el confort propio, en particular, en esas fechas que nos han vendido como únicas e irrepetibles, como la navidad.


Es el único mes del año, en que se cree, es posible rozar la felicidad, o lo que se piense que significa. Y las dudas se ahogan con obsequios, cenas, filmes de renos, elfos y santas, el deroche material que compramos con la certeza de estár despertando el lado amable de la humanidad. 

No obstante, el mes acaba y con este, la ilusión, pero no del todo. Con memoria selectiva y bajo la batuta del consumismo, se inventan y reciclan temporadas, con marcados tintes emocionales, para justificar la compra compulsiva de obsequios que no se necesitan, al menos de forma práctica.
 
Sin embargo, la nueva normalidad, tan variopinta, ha conseguido que hasta la navidad sea una misión imposible, pese a los esfuerzos por simular que la antigua normalidad no se ha marchado, que aun se puede arañar la esquiva felicidad con excesos festivos, que ya no entregan la dosis habitual de dopamina, porque la pandemia ha dejado a su paso, una crisis tan difícil de remontar, que hasta sentirse obligados a ser económicamente productivo, sin importa el precio, ya no es una prioridad. 

Todo ha cambiando. Inclusive, las inspiradoras postales navideñas con ídilicos paisajes Suizos donde la nieve es la protagonista, la introducción a su excelente calidad de vida, producto de una conciencia social y ambiental, invitando a creer que el país alpino es la cuna de la felicidad.

Sin embargo, ni los paisajes son tan nevados, ni la conciencia ambiental lo es tanto. Ha quedado claro con el resultado del referéndum sobre “Empresas responsables”, realizado el domingo anterior, con dos iniciativas encaminadas a conseguir que el mundo sea más equitativo, sostenible y justo. 

La primera imponía que las empresas suizas, ejercieran control sobre las actividades de sus filiales y socios en el exterior, en materia de derechos humanosmedioambiente. 
La segunda exigía poner fin a la financiación pública de compañías responsables de la producción de armamento. 

Con todo, en tiempos del coronavirus, cuando es urgente combatir las causas de los problemas globales, en el país de la calidad de vida y la conciencia ambiental, la victoria la obtuvo el “No”. Un triunfo para el gobierno y el parlamento suizo, que habían recomendado rechazar las iniciativas por atentar contra el sistema productivo. 

En cambio, si triunfaba el "Sí", las empresas suizas, como el conglomerado suizo Glencore, que tiene el control de las mineras que explotan plomo y otros minerales en Cerro de Pasco, Perú, debían detener sus operaciones en el exterior, y que hubiera beneficiado no sólo a esa comunidad peruana, también al planeta, incluso a los suizos.

Cerro de Pasco era una población rodeada de terrenos muy fértiles, y gozaba del espectáculo que ofrecía su espectacular laguna, lugar de reposo de las gaviotas por su increíble vida marina. 

Pero con la ingente explotación minera, el paisaje de verdes intensos y azules cristalinos, se ha tornado en rojos y naranjas metálicos y que buscan el negro desesperadamente, producto de la explotación minera. Ni siquiera un pez puede sobrevivir más de 40 segundos en sus aguas. 

La población infantil presenta altos niveles de plomo, con sus consecuentes y graves problemas de salud, mientras sobreviven en un estado natural de pobreza, en el distrito Simón Bolívar. Estos niños, no tienen la más mínima posibilidad de hacer parte de ninguna blanca postal navideña suiza, y menos aún, de rozar su calidad de vida, pese a las millonarias ganancias de Glencore.

Es el precio que pagan estas comunidades por mantener el propósito de GLENCORE: "proveer de forma responsable los productos que hacen posible la vida cotidiana". La calidad de vida en el paraíso europeo. Un notorio ejemplo de greenwashing, que se puede corroborar en el libro de Propósitos y valores, de su web.

Las conclusiones son evidentes comparando una postal de los Alpes Suizos junto a una actual de Cerro de Pasco.


En Suiza, perdió el sentido común contra el sinsentido, y por un estrecho margen: 50.7%, 8 cantones (franco-italianos) contra 49.3%, 12 cantones (germanos). La calidad de vida le ganó el pulso al planeta, pese a que el coronavirus era una clara advertencia de que en el futuro, será el menor de nuestros problemas. 

No obstante, por extraño que parezca, la responsabilidad del desastre no recae únicamente sobre las empresas, el resultado del referéndum habla por sí mismo. Democráticamente, se decidió anteponer la calidad de vida, sobre la viabilidad de la vida en el planeta. 

Desde esa perspectiva, como individuos somos corresponsables del desastre ambiental y social, pues nuestros hábitos de consumo mantienen a flote la oferta. Hemos comprado a un alto precio la calidad de vida del primer mundo, mientras nos jugamos la vida. Entretanto, nos intoxicamos de consumo, en todas sus formas, pese a los graves problemas socioeconómicos que, por apatía e indiferencia, se han normalizado:

Tendencias de Google Trends en 2019.

  • Consumo: Black Friday y iPhone 11.
  • Política: Las hazañas del populismo en cabeza de Trump, Bolsonaro, Maduro y Putin.
  • Entretenimiento: Realities shows en diferentes versiones amarillistas.
  • Cine: Capitán Marvel, Juegos de tronos y otros. 
  • Actualidad: Escándalos de celebridades, como Jeffrey Epstein, Trump, el príncipe Andrés y otras personalidades admiradas mundialmente.
  • Estilo de vida: Monarquías, Ronaldo y otros futbolistas
  • Deportes: El millonario mercado de fichajes.
  • Tecnología: TikTok.

Pero que un poco de banalidad no es un delito, es parte de la  necesidad de socializar. El problema es que se hace una cortina de humo para evadir la responsabilidad individual.

Hacernos cargo del desastre

Poner toda la responsabilidad en manos de políticos, la fuerza pública, el sector financiero y tecnológico, y otros más, no es la solución. El camino se reconstruye desde la responsabilidad individual, en todos los aspectos sociales, pues los resultados negativos en gestión social y económica, se derivan del derecho a ejercer el derecho al voto, y que debería darse con plena conciencia de las consecuencias.

En 2018, en Colombia se celebró un referéndum contra la corrupciónLos políticos involucrados tendrían que pagar con su patrimonio y con cárcel. Era sencillo: bastaba que la mayoría votara a favor, y así se evitaba el trámite en el congreso, dónde seguramente terminaría por perderse. De modo automático, se convertiría en ley de la república. 

Inconveniente, como era para la clase política, el gobierno impuso condiciones muy difíciles para su aprobación; algo así como superar los "12 trabajos de Hércules", pero no importaba. Todo el país quería acabar con la corrupción, era pan comido. Sin embargo, el pan se quemó en la puerta del horno. 

El referéndum, la oportunidad de oro, se perdió porque hicieron falta poco más de 600 mil votos para obtener el mínimo aceptado: 12 millones. 36 millones estaban habilitados para votar. No obstante, la mayoría, optó por quedarse en casa viendo un partido para la clasificación al mundial de fútbol, y otros, argumentaron que se trataba de populismo, por tanto, carecía de valor.

Dos años después, no hay dinero para enfrentar la crisis por coronavirus. Pero sí es seguro el anuncio de una cascada de impuestos el siguiente año, en un país, donde el desempleo ronda el 20% por las medidas de contención, y aunque el FMI haya aprobado un costoso préstamo para mitigar los efectos de la pandemia. 
Ni siquiera se puede contar con las regalías del petróleo y el carbón, que serían suficientes para ayudar a media Latinoamérica. Todos los recursos han desaparecido en manos de la corrupción política. Entonces, ¿quién es el responsable? 

Es así que Suiza debió pensárselo mejor. Es una victoria para el modelo económico y para el sector político, pero no para sus glaciares, a merced del cambio climático. El deshielo ya es visible a simple vista, y sus consecuencias, también.

No somos ermitaños

Mirar para otro lado, es una estrategia de evasión. Posiblemente, cuando mencioné el caso de Cerro de Pasco, sucedió una de dos cosas: se conocía la problemática, o se ignoró la información porque no se vive en ese lugar. Pero toda acción tiene una reacción, el efecto mariposa. 

Es cierto, Perú se encuentra a más de 10 mil kilómetros de Suiza. Sin embargo, el daño ambiental ya toca a sus puertas. Suiza se beneficia de la explotación minera, de ese modo mantiene su alto nivel de vida. Pero no ha conseguido evitar el deshielo de sus glaciares, producto de inviernos cada vez más cortos y menos fríos, por cuenta del cambio climático. Ahora mismo, su lucrativo negocio en la temporada de invierno está a la baja, con más estaciones de esquí cerradas.

Pero el primer mundo siente que compensa el daño irreversible del planeta, arrojando donaciones en metálico a los países afectados, el tercer mundo. Como si de esa forma, los efectos negativos de la explotación ingente de sus recursos, desapareciera o se detuviera, en el mejor de los casos. 

La nueva normalidad ofrece un espacio para replantear nuestras elecciones y hábitos de consumo, para formarnos un criterio aprendiendo de la experiencia de la antigua normalidad y usando el sentido común.

La discriminación es improductiva, anticuada e innecesaria

El populismo, los movimientos ultras y otras corrientes xenofóbicas, son verdaderos obstáculos para el crecimiento de cualquier país porque incitan a la intolerancia, por tanto, a la violencia del todo improductiva. 
Estas ideas extremistas no tienen ningún peso. El coronavirus ha dejado claro que no le importa ningún tipo de segregación: va por ricos y pobres, en países desarrollados y subdesarrollados, blancos o negros, de derechas o de izquierdas, va a por todos.

Se enredan en su filosofía de superioridad dictando quién es diferente, aunque se carezca de pruebas. Todos los seres humanos poseen habilidades que aportan a la sociedad. Estados Unidos es una potencia, gracias a los migrantes que huían de la pobreza, problemas sociales y políticos de países como Irlanda e Italia. 

En este siglo, la cara de la migración ha cambiado. No es una coincidencia, que la migración provenga, en su mayoría, del “tercer mundo”. De países donde las multinacionales explotan sus recursos, o bloquean la producción de estos. Es el caso de el cultivo de tomates en Ghana. Los ghaneses se han quedado sin medios de subsistencia, optando por migrar para sostener a sus familias.

Y el tema de los hábitos de consumo se pone de nuevo sobre la mesa. Con total indiferencia, nos negamos a conocer el origen de los problemas y ponemos la espada de Damocles sobre los migrantes, sin aceptar que somos parte del problema, aunque esté en nuestra mano ser parte de la solución. 

Tenemos la oportunidad de derribar las fronteras ideológicas que nos separan de la vida, y profundizar en las causas de la migración, que se vinculan directamente con el consumismo.

El modelo de educación necesita replantearse

Con las medidas de contención, la educación no sólo es anticuada, es estéril. Muchas profesiones comienzan a mostrar fecha de caducidad. Y las escuelas de negocio, no entregan herramientas que resuelvan la crisis de manera efectiva, mientras el desempleo continúa en aumento.

El boom digital ha llevado al uso indiscriminado de las redes sociales, que a su vez, violan la privacidad por motivos puramente económicos, y forjando una generación absolutamente materialista. Prueba de ello, es que ser 'influencer' ya es una opción laboral, porque se ha integrado con facilidad en el marketing. Incluso China puso en marcha la primera “escuela de influencers”, y le imitan varios países.

De la “nueva profesión del futuro”, al menos al 80% de los jóvenes considera que es la única opción para obtener reconocimiento y dinero

Pero pídele a uno de estos chicos que siembre una planta, construya una casa, salve una vida, y solo podrán mostrarte las selfies y los videos de su vida cool. Y son patrocinados por las marcas que van tras sus millones de seguidores, que tampoco tienen la menor idea de qué va el futuro, porque no creen que exista uno para ellos.

Lo hemos hecho mal, es un hecho, encasillando a las nuevas generaciones en Millennials, Centennials, Pandemials. Es un error que pronto nos pasará factura, sentirnos con el derecho de determinar qué tipo de personas conviene que sean para el modelo económico. 

La educación debe propender, desde casa, por fortalecer las habilidades humanas de nuestros hijos, entregándoles herramientas idóneas que entreguen soluciones a largo plazo.

Somos genéticamente sociales

Si algo ha quedado claro con la pandemia, es que sufrimos de “Hambre de piel”. No era cierto que la tecnología nos facilitaría la vida y nos proporcionaría seguridad, aunque la delincuencia la use a su favor. Que el teletrabajo era el medio ideal para compaginar la vida familiar, liberándonos del estrés.

Pero más importante, ha quedado claro que los amigos virtuales no tienen buenos hombros para llorarUn “me gusta” no le otorga un verdadero sentido a la vida, porque es como esperar que una golondrina haga verano. 

La vida es física. Siempre lo ha sido pese a las distancias. La estructura social toma forma con la presencialidad y fortalece los valores que rescatan el sentido de pertenencia y de sociedad. 
La vida no es funcional en las redes sociales, únicamente han conseguido “sacar nuestra versión más débil” como afirma Martin Hilbert, investigador de la Universidad de California-Davis, y recordado por alertar del negocio de Cambridge Analytica con los datos de los usuarios de Facebook.

Replantear el consumo

La vacuna no solucionará los problemas que nos aquejan desde la antigua normalidad. En primer lugar, porque los gobiernos están blindando a las farmacéuticas de posibles demandas por efectos adversos. Eso significa que no hay garantías y sí efectos colaterales perjudiciales por los que nadie va a responder. 

El ritmo desaforado de la producción globalizada, tiene consecuencias negativas para las economías locales. Incluso, nos tiene aprendiendo a convivir con un virus inesperado por el efecto biológico del "desbordamiento" .

Las opciones pasan por reconsiderar los hábitos de consumo para reconstruir la economía desde una perspectiva sostenible. El planeta ya no da abasto. 

El medioambiente es una prioridad. Y se abre la puerta a la búsqueda del bienestar con el surgimiento de nuevos modelos, como la economía circular, y la consciencia de la huella ambiental, que desmonta la obsolescencia programada, y que atenta contra el escaso presupuesto ambiental y la economía individual.

El objetivo es construir una sociedad en la que entremos todos, porque a todos nos conviene que la vida marche para todos.

¡Una feliz vida para todos!

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