No es equidad de género, es sentido común

Jacinda Ardern, primer ministro de Nueva Zelanda; Sanna Marin, primer ministro de Finlandia; Angela Merkel, Canciller federal y jefe de gobierno de Alemania; Kamala Harris, vicepresidente de los Estados Unidos, y Ursula von der leyen, presidente de la Comisión Europea. Ellas hacen parte de las 100 mujeres más influyentes en política, economía, investigación, medicina, educación, activismo, literatura, arte, deportes. Han desafiado el establishment, han roto las reglas de la estigmatización de género.

Y aun así, en pleno sigo XXI, cuando debería ser normal en una sociedad que se precia, desarrollada, se percibe como algo extraordinario que las mujeres destaquen en campos que antes eran un privilegio exclusivo para los hombres. Y todavía, en occidente, la presencia de mujeres en las directivas de instituciones privadas y gubernamentales, es mínima.


Es incansable la búsqueda de motivos que justifican la segregación, ya sea por género, raza, discapacidad, orientación sexual, entre otras, para limitar el acceso a las oportunidades, y de paso, mantener la brecha salarial, pese a las consecuencias.

Según la OIT (Organización mundial del trabajo), se estima que con el confinamiento y las medidas de contención de la COVID-19, se han perdido alrededor de 2.7 billones de puestos de trabajo, y que equivale al 81% de la fuerza laboral del mundo. La mayoría de los nuevos desempleados, son de países del tercer mundo donde es común que la mujer sea la cabeza de familia. 


En ese escenario, no se consigue ver como “logros o avances en la brecha de género", exigir que se usen expresiones como “todos y todas”. Las expresiones inclusivas venden la idea de que la igualdad comienza a ser una realidad. Pero la revolución léxica de derechos, no abarca a todos los grupos en conflicto, ni siquiera incluyendo la expresión "todxs".

Falta mucho para entender que inclusión no es pintar de rosa el transporte público. Una etiqueta que pretende dar valor e importancia al género femenino, una iniciativa muy aplaudida en México, pero insuficiente.

México es un país donde la violencia de género y la impunidad, se intensifican de la mano de una legislación sin dientes. En ningún caso, la justicia hace valer los derechos de la mujer, porque las leyes son para los ciudadanos, no para "las ciudadanas".

El lenguaje inclusivo es un barniz social, propio de una política estéril. Subrayar con una etiqueta cualquier tipo de desigualdad, hace que la subordinación sea la brújula de una sociedad que no se concibe sin la aprobación y reconocimiento del establishment. Es el motivo por el que ninguna etiqueta construye equidad, ni consigue que el sujeto en cuestión, sea validado como un ser humano con todos los derechos.

Las etiquetas, son barreras culturales y psicológicas, que alimentan la intolerancia y la segregación. En cambio, hablar de seres humanos con derechos y deberes, abarca todos los colectivos, porque sencillamente pertenecemos a la misma especie.

Pensemos en la etiqueta de "vulnerable". Claramente, se dirige a personas que se encuentran en algún tipo de desventaja social, y por infinidad de motivos. De entrada, menosprecia y desecha cualquier habilidad que de seguro tiene ese ser humano. Remarca su desventaja, mientras incrementa la percepción de inferioridad social: inspira pena, y le excluye de oportunidades que merece en condiciones de igualdad. La etiqueta únicamente le capacita para recibir ayudas sociales.

Y es que cualquier etiqueta social, se asemeja a la estrella amarilla de los judíos durante la segunda guerra mundial. Era un señalamiento de “disparidad”, y que los descartaba como sujetos de valor en la sociedad nazi, aunque no existiera ningún sustento social, práctico, y menos científico.

Pero el condicionamiento social del establishment hace que sean necesarias las etiquetas, para remarcar las diferencias de statu quo, ya que carece de argumentos con sentido común y práctico que las justifique. Es por ello que cuando surge un conflicto social, se permite un barnizado brillante: pequeños cambios que se denominan: avances. 

Perpetuar sofismas limitantes, por tanto, inútiles, deprecia al individuo y le arrebata la oportunidad de ser responsable de su propia vida y proactivo para la sociedad

La incoherencia

Cuando los hombres juegan a la guerra, las mujeres arreglan el desastre. Sucedió durante la segunda guerra mundial. La Alemania Nazi, derrotada, vio como sus mujeres se arremangaban el alma, y reconstruían con sus manos un país escaso de hombres. La mayoría había muerto en la guerra, o estaban prisioneros en los campos de concentración soviéticos.

En esa ocasión, nadie alzó la voz para impedirlo. Nadie cuestionó su idoneidad para realizar el trabajo. Nadie las envió a casa a cocinar y velar por los hijos. 

No obstante, la sociedad sigue comprado a gusto, sofismas sociales y culturales que se consideran inamovibles por la tradición de la naturaleza humana, donde se considera que el hombre es, por siempre, "el único cazador y proveedor”. Y suficiente para justificar sus falencias, que contribuyen al fracaso como sociedad.

Está exento de responsabilidades morales, sociales y económicas en el hogar. Puede abandonar incólume a la familia y por los motivos más absurdos, siempre existe uno para justificarle. 

Entre tanto, la carga del sustento familiar recae en la mujer, aunque socialmente, su condición sea de objeto subordinado, dependiente e incapacitada para formar parte del esquema económico. 

Es momento de reconsiderar cada una de esas tradiciones con fecha de caducidad: sin sustento científico y nada sostenibles cuando los hechos lo demuestran. 

Sofismas socioculturales

Debería resultar difícil entregarse, sin condiciones, a las tradiciones en el siglo del desarrollo científico y tecnológico, la globalización y la democratización de la información.

No se consigue entender por qué es normal matar toros por diversión y tradición. Ballenas, tiburones, murciélagos y pangolines, por causa de supuestos efectos mágicos y medicinales. Asumir que un autista es un retrasado mental, y la mujer, un ser inferior, al mismo nivel de un objeto.  

Resulta incoherente hablar de calidad de vida, cuando todavía se validan conductas inhumanas, carentes de empatía y sentido común, porque se dice, esa ha sido la historia de la humanidad, y siempre se ha hecho de ese modo.

No hay diferencias sustanciales

El ser humano es tan perfecto, que las habilidades biológicas diferenciales entre géneros, se equiparan, guardando las proporciones, y a la vez, se complementan.

Hombre y mujeres, poseen las mismas fortalezas: coraje, persistencia, inteligencia, empatía, liderazgo, creatividad, resiliencia, carisma, versatilidad, curiosidad, sociabilidad, disciplina, y también, las mismas debilidades. 

Cómo se usan, es un tema de anatomía, practicidad y sentido común, porque las limitantes sociales obedecen al ego y al miedo.

De igual forma, la estructura familiar está diseñada para ser complementaria. Incluso en la naturaleza, las especies salvajes comparten e intercambian roles según las circunstancias. Y si para los seres irracionales no representa un problema, con menor razón debe serlo para la especie racional del planeta.

La gestión es un trabajo en equipo

El primer ministro de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, es una mujer. Y ha llevado la batuta, con éxito, en el único país del mundo que tiene controlada la COVID-19. 

Sin embargo, no es una victoria que obedezca al género, aunque influye la capacidad organizativa de la mujer, con siglos de experiencia en diferentes roles como madre, esposa, compañera. Es hábil en la resolución de conflictos, una habilidad valiosa en la sociedad. 

Los logros responden a un trabajo en equipo. Y en el caso del gabinete de Nueva Zelanda, ha sido el resultado de un trabajo mixto: hombres y mujeres. La diferencia es que ninguno se siente más o menos, porque cada uno aporta de sus habilidades, forjando sinergias, orientadas en beneficio de toda una nación.

Trato igualitario, desde la práctica

Regresando con  Jacinda Ardern, su esposo es el exfutbolista Markus Räikkönen, quien no se siente de menos por ser conocido como "el esposo de la primer ministro Marin". Räikkönen brilla por sus propias habilidades y méritos. No considera necesario demeritar, descalificar, y menos competir con su esposa para hacer valer su posición. 

Es un ejemplo de equilibrio, sin enredarse ni obsesionarse con el concepto de "equidad de género". 

Los cambios no necesitan etiquetas

La primer ministro de Finlandia, Sanna Marin, declaró:“No creo que sea una cuestión de género… No es mi trabajo identificar a las personas, es trabajo de todos identificarse”.

Perdemos tiempo y recursos valiosos, emitiendo sesgos y encasillando a otros con etiquetas inútiles por improductivas, para construir y avanzar como sociedad. Un claro indicador de que algo no está marchando como debería.

Los cambios suceden cuando hay un cambio de actitud, que ha sido precedido de un proceso reflexivo, cuando se sopesan las posibles consecuencias de las acciones. 


Una feliz vida para todos

Post a Comment

Gracias por contactar, en breve te responderé