El origen del síndrome Burnout

El año anterior nos ha dejado exhaustos, y no es para menos. La pandemia nos introdujo en una montaña rusa de anormalidades, poniendo a prueba nuestra salud física, mental y emocional. Nos sacó de golpe de la única normalidad que conocíamos, y no estábamos preparados para un cambio tan extremo.

Salir de la zona de confort no ha sido fácil. Hemos resistido con uñas y dientes, empeñados en recuperar la antigua normalidad. Pero casi un año después, únicamente hemos conseguido una sobredosis de estrés. 

La incertidumbre del futuro, agota las reservas de confianza y deriva en la enfermedad de moda: el síndrome Burnout, o síndrome del “quemado”. 

Antes de la pandemia, se creía que era un síndrome que afectaba a unos pocos, incapaces de responder a los desafíos laborales. Pero el coronavirus, ha sacado a la luz la tiranía de un modelo económico que exige resultados inmediatos: el "cortoplacismo frenético”, como lo define el filósofo australiano, Roman Krznaric, profesor de sociología y política de la Universidad de Cambridge, en su libro The Good Ancestor.

¿Burnout, o soga social?

Es un estado de agotamiento mental, emocional y físico, vinculado al entorno laboral, consecuencia de la frustración que desdibuja el sentido de la vida y la confianza en el futuro, después de entregar hasta el último aliento en una carrera frenética sin ningún resultado positivo.

Es como padecer una muerte lenta. Una cadena de eventos marcados por una errónea percepción del concepto de competitividad, aprieta la soga social con fuerza, hasta exprimir el aire vital de quien está a punto de perder, o ha perdido el empleo, poniendo en riesgo la estabilidad que le sustenta. 

Así, cuando Michelin, en plena segunda ola de la pandemia, anunció el recorte de 2.300 puestos de trabajo, sumándose a decenas de empresas que ya lo habían hecho, consiguió hacer del síndrome Burnout, otra epidemia. La percepción de inestabilidad se había inoculado en una sociedad presa del pánico por un virus de origen desconocido. 

Los "recortes sorpresa" de los empleos considerados prescindibles, son un fenómeno normalizado en la industria en tiempos de crisis, y bajo el argumento de competitividad. 

De ese modo, Michelin se justificó: “el ajuste de personal es parte de “un plan de simplificación y de competitividad” que se venía gestando desde hacía 18 meses y que no está directamente relacionado con la pandemia... los recortes vendrán del área administrativa y de otras funciones no productivas”.  En realidad, estaba inmerso en una larga pelea con el mercado chino, y con pocas opciones de ganar. Pero consiguió calmar los ánimos para capitular los términos de la inequidad social.   

Y el síndrome Burnout, que antes afligía a pocos, hizo presa a millones de personas en todo el mundo, que después de sacrificarlo todo, no vieron compensados los esfuerzos académicos, personales y emocionales. Y el síndrome, que antes era una vergüenza social, se convirtió oficialmente es una enfermedad, otro trastorno mental.

Sin embargo, parecía que se veía la luz al final del túnel con el teletrabajo. Un alivio, pues en teoría, era una forma de compaginar la vida profesional con la personal: “más tiempo para la familia, más tiempo libre para disfrutar la vida”, y con todas las ventajas de la tecnología.

El efecto no fue el esperado, se convirtió en otra pesadilla. La tranquilidad prometida, era avasallada por los difusos límites laborales en la virtualidad. Y sin una disciplina previa, estaba lejos de ser ese territorio de paz, independencia y autonomía. 

Por otro lado, abandonar la interacción social que provee el entorno laboral, hizo que compaginar la vida familiar no fuese tan sencillo como se pensaba. Se incrementaron los niveles de estrés, porque además, la disponibilidad era 7/24, para la familia, también para el jefe, quien estimaba que sin desplazamientos y en la comodidad del hogar, debería redundar en mayor productividad.

Y la soga apretaba más cada día, con la certeza de que la vida propia no lo era tanto. Pero había que tirar para delante, pese a todo, porque la frustración en el bolsillo no permite comprar todo aquello que la industria de la felicidad ofrece. 

Los trastornos mentales se multiplicaron, trayendo consigo la violencia familiar y social. No había forma de contener lo que por tanto tiempo se había reprimido, y con la sensación de las manos vacías, en un ambiente socialmente inestable. La frustración se desbordó por cortesía de un sistema que no entrega soluciones efectivas y menos quiere comprometerse con la sociedad que la sustenta.

Es posible superar el síndrome Burnout

Como el Ave Fénix, no queda otra opción que renacer de las cenizas. Buscar el equilibrio alejándose de los extremos, del ruido que oculta la racionalidad y el sentido común. Siempre hay una salida.

La corresponsabilidad social. Individualmente, tenemos deberes con la sociedad; somos cocreadores de cada acontecimiento socioeconómico. La indiferencia, el radicalismo y la búsqueda de la comodidad individual a cualquier costo, sobrealimenta las crisis.

La Sostenibilidad no es un Trending topic. El planeta no es de usar y tirar. Es momento de cuestionar y replantear la cadena de valor y los hábitos de consumo. Ya no hay forma de esconder el cambio climático, detrás de una teoría conspirativa imposible, porque la lista de anormalidades climáticas alrededor del mundo es larga.

De hecho, la contaminación y la escasez de recursos, afectan la salud, e incrementan los niveles de estrés. Sin contar que le estamos negando un futuro a las generaciones futuras.

Sentido común. Los problemas tienen la particular habilidad de reproducirse por sí mismos. Empleemos la creatividad y el ingenio para prevenir y transformar los problemas, con los cinco sentidos.

Reinventar el modelo de negocio. El mercado está saturado de ofertas clónicas, y supuestamente adaptadas a la pandemia, pero no entregan valor práctico: el consumo prepandemia ha cambiado. Una oferta sostenible, que incorpore características que prioricen la sustentabilidad en toda la cadena de valor, aporta de manera tangible a la sociedad y al planeta.

Somos humanos. Es un placer y un privilegio estar vivos. El cambio de paradigma incluye redescubrir la capacidad de amar, crear, reír, sentir, tender puentes de reconciliación y reinventarnos. La creatividad fluye cuando se está abierto a las emociones de forma constructiva.

Cuidar y cuidarnos.  Las medidas de contención abrieron el debate de la existencia del virus, la efectividad de la vacuna o la necesidad dela mascarilla. La única certeza es que hay personas que enferman y mueren, y otros que poseen un sistema inmune envidiable. La experiencia es individual, no es para nada innovador menospreciar el temor de otros. 

Salir del carrusel. El ruido de la incertidumbre, no permite pensar con claridad. Es momento de considerar un cambio de actitud frente a la vida, porque la violencia y el sinsentido, no son el camino. 
La auténtica calidad de vida, resulta de la sustentabilidad y los valores éticos. Merece la pena intentarlo.

Una feliz vida para todos.

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