Quiero compartir el trabajo inspirado en la naturaleza que he venido desarrollando en el último año, el Arte Intuitivo, y que me ha enseñado que vivir es una obra de arte en proceso.
El Arte Intuitivo, es el
arte de la introspección por su sentido alegórico con la naturaleza, es resiliente. Surge, renace, se transforma y
se mueve por caminos insospechados, incluso atraviesa el concreto si hace
falta, pero nunca se da por vencida.
Del mismo modo,
el arte intuitivo me ha permitido reinventarme pese a mis falencias,
condicionadas por la sociedad que se regodea concibiendo sesgos sociales, absurdos por limitantes, y que resultan en incapacidades inexistentes y sin
solución.
Padezco temblor
esencial, un mal congénito que provoca temblores
involuntarios. En mi caso, en las manos, y que hace que me pregunten con
regularidad, ¿Estás nerviosa? Incluso, una profesora en la universidad, aseguró
que mi condición me incapacitaba para ser diseñadora gráfica, y casi le
creí.
No me planteaba trazar una línea, al
menos no del modo tradicional, con un lápiz y menos una estilográfica. De
hecho, trabajaba con programas de diseño y
me enfoqué en el Branding y la escritura. Luego llegó la COVID, que me obsequió con nuevas
limitantes que atentaban contra mi subsistencia. Así que al temblor esencial,
se sumaron la niebla mental, y la pérdida de memoria a corto plazo.
Enfocarme en cualquier cosa resultaba imposible, dudaba de cada palabra.
El suelo se abría bajo mis pies,
dejándome caer en el abismo de las incapacidades que azuzan a gusto los
sofismas sociales. Y me encontré sin
norte, sin rumbo y con montones de dudas acerca de un futuro que se
antojaba incierto cuando ya rozaba los 50 años. La COVID me había
arrebatado todo, o al menos así lo creía.
Sin embargo, estaba equivocada,
porque a los males que crea el mundo, Dios
siempre entrega el antídoto: me concedió tiempo. Un recurso escaso en una
sociedad agobiada por la cultura de la inmediatez, y que no concede un segundo
para verse así mismo, para encontrarle
sentido y sustancia a la existencia.
Entonces, decidí no darme por
vencida y me propuse a sacar del letargo
mi sensibilidad trazando líneas torpes, que además reflejaban las
inseguridades que se habían apoderado de mi espíritu. Con el tiempo y constancia,
mis trazos comenzaron a armonizar de forma sorprendente, expresando lo que
antes decía con palabras. Sencillamente me estaba deconstruyendo.
Y es que
en el arte intuitivo los trazos fluyen
como si tuviesen vida propia. Se lanzan sin temor en la búsqueda de caminos
nuevos, imitando a la naturaleza que con sencillas líneas, conforma la
increíble geométrica de sus formas. Sin presunción, despierta la sensibilidad con imágenes únicas
para la percepción, concediendo sentido a las emociones, claro,
cuando se les permite expresarse.
Contra todo
pronóstico, recuperaba mi sensibilidad, la creatividad, mi mente y el
deseo de labrarme mi propio camino. Había comprendido que los obstáculos en la vida son como los trazos en el dibujo:
imperfecciones que adquieren sentido dentro de la composición. De ningún
modo significan el fin.
Por el contrario, la imperfección es la oportunidad de replantear y
aprender. Y la perfección es el arte de intentarlo cuantas veces sea
necesario, pues en la vida como en el dibujo, todo es cuestión de
perspectiva.
Esta es mi historia, una obra de
arte en proceso, como la de todos, y que me anima a invitarte a sumarte a mi comunidad en Patreon. Juntos podemos
rescatar la sensibilidad que lucha por recuperar su espacio en nuestra
existencia, y redescubrir el espíritu
creativo que habita en cada uno de nosotros.
Una feliz vida para todos.

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